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Polanco en la literatura

Polanco en la literatura

Al menos tres autores de distinto estilo literario han inmortalizado el nombre de POLANCO  dentro de  la literatura.
José Mª de Pereda en su novela «El sabor de la tierruca» 1882, tomo por escenario para el desarrollo de la misma el pueblo de Polanco bajo el nombre de Cumbrales  Así lo describía:

… Subiendo sin fatiga  por la ladera, y a poco más de cincuenta varas de la fuente, de la cajiga y del asiento, se llega al borde de una amplísima meseta, sobre la cual se desparrama un pueblo, entre grupos de frutales, cercas de fragante seto vivo, redes de camberones, paredes y callejas; pueblo de labradores montañeses, con sus casitas bajas, de anchos aleros y hondo soportal; la iglesia en lo más alto, y tal cual casona, de gente acomodada o de abolengo, de larga solana, recia portalada y huerta de altos muros…

(…) La altura del observatorio nos permite examinar el paisaje en todas direcciones. ¡Hermoso cuadro, en verdad! La meseta llega, por el Oeste, a la zona de sierras, y con ellas se funde cerrando la vega por este lado. En el recodo mismo que forman la meseta y la sierra al unirse, hay otro pueblo, recostado en la vertiente y estribando con los pies en aquel extremo de la vega.
El nombre le cae a maravilla: Rinconeda.

Jesús Cancio. Poeta, denominado «El poeta del mar». Natural de Comillas, exiliado de su pueblo tras la guerra, pasó muchos años entre Madrid y Polanco. Aquí falleció en 1961. Dedicó algún poema a Polanco:

» (…)  Así te quiero, Polanco;/verde de prado, azul el cielo,/ sin más voz que la de Dios,/ que es la del mar de mis versos,/ y frente a mi hogar tu mies,/ que tiene mucho de templo / por su divina belleza,/  por su gran recogimiento/ por el retablo del roble/ que en ella talló el Maestro/ con el buril de su pluma,/ con la gracia de su verbo/ Cagigona de Cumbrales/..»

Otro poema que dedicó a Polanco, decía:

» (…) Salí por tu ría al mundo/ y te recordaba tanto/ que, peor que el mar profundo,/ fue la niebla de mi llanto,/ playas, maizales/flor del romero,/ ¡Ay, mi Cumbrales/ cuanto te quiero!..».

José  Martinez  Ruíz » AZORIN» figura significativa de la generación del 98,fue otro de los autores que dejó impreso el nombre de Polanco en «Las terceras de ABC» 1946. En uno de sus relatos de viaje: Polanco. En casa de Pereda 1905, Azorin nos describe su viaje en tren de Santander a Requejada y de aquí hasta Polanco para visitar los escenarios de «El sabor de la tierruca» y visitar a su autor, José Mª de Pereda pocos meses antes de su fallecimiento.

» Polanco está a dos horas de Santander. El tren corre entre praderías, pumaradas, castañares. La tierra es baja; amplias y suaves laderas se extienden a una y otra banda del camino. Pasan ante nosotros Adarzo, Bezana, Mogro. Cuando llegamos a la Requejada abandonamos el tren. Aquí el panorama ha empezado ya a levantarse; se ven cumbres lejanas; los recuestos y los oteros se cruzan y entrecruzan formand valles y cañadas angostas. El paisaje clásico de la montaña aparece ante nuestros ojos. La locomotora ha silbado largamente y el tren se pierde a lo lejos. Nos encontramos solos con nosotros mismos ante el verdor perenne de las laderas. Y comenzamos a andar…

(…) La senda que pisan nuestros pies es una cinta blanca que culebrea entre la verdura; los maizales tapizan las laderas; a trechos entre su verdor intenso, aparecen tapices claros y suaves de prados; bordean unos castaños graves un camino, y sobre la redondez de un otero, en la lejanía, se yerguen y perfilan sobre el azul tenue del cielo cuatro o seis finos álamos. El ambiente aparece como velado por una gasa sutilísima; destacan las techumbres rojizas de las casa desparramadas en las praderas. Y las «callejas» castizas, las «callejas» famosas de los libros del novelista, suben hasta altura sinuosas, misteriosas. Altos y tupidos boscajes de zarzamora las bordean; las agudas ruedas de las carretas han abierto en ellas hondos relajes; a rodales, los robles viejos forman sobre el profundo caminejo una bóveda umbría.Y nuestros pasos resuenan sonoros, lentos, sobre las lisas piedras.

Desde que hemos abandonado la estación ha corrido media hora. Divisamos en los alto de la colina, destacando sobre el cielo gris, un boscaje negruzco. Ya estamos en Polanco. El pueblo lo componen diez o doce casas aisladas, casi ocultas entre las frondas. En el centro de este poblado disperso, un alto y viejo muro cerca un jardín: en medio de este jardín se halla la casa del novelista…»