La Cantabrona cumplió este fin de semana diez ediciones sin que apenas se le notase el paso del tiempo. A algunos de los ciclistas que se atrevieron con sus cumbres sí se les veía alguna arruga de más, pero no fue impedimento para enfrentarse a los más de 3.300 metros de desnivel acumulado en el tradicional recorrido que cruza buena parte de la región para adentrarse en algunas de las montañas y carreteras más clásicas del ciclismo cántabro.
Más de 1.400 aventureros tomaron la salida en Polanco al poco de amanecer y sobre el mediodía aparecieron los primeros del Medio Fondo, con 110 kilómetros en las piernas. Al filo de las 15.30 horas asomó el grupo principal del recorrido del Gran Fondo, con 170 kilómetros y seis puertos.
En el techo del día, el Portillo de Lunada, una tormenta les sorprendió a los ciclistas y a los aficionados, que no por esperada fue bienvenida.
Allí, a más de 1.300 metros de altitud, el agua y el frío no son buenos compañeros. La Marcha se llevó controlada por una cápsula de seguridad que evita cualquier incidente y solo en los puertos se tomaron tiempos para medirse los unos a los otros y conocer el potencial de cada uno.
